Investigar Grigri Pixel
Investigar Grigri Pixel
Este artículo ha sido escrito por Blanca Callén
Texto publicado en el fanzine de Grigri Pixel 2017
Los grigris, en forma de mobiliario urbano, poseen la capacidad de proteger, defender y reencantar aquellos espacios amenazados por los distintos tipos de problemáticas que afectan a las urbes contemporáneas. Desde Grigri Pixel, partimos de la hipótesis de que si vivimos en un mundo globalizado donde la ubicuidad del modelo socio-económico capitalista y neoliberal tiende a generar el mismo tipo de afectaciones y problemáticas urbanas entre la mayoría de ciudades del mundo, entonces quizá también podamos compartir las estrategias y respuestas que tratan de resistir o poner freno a algunos de sus efectos más nocivos. A través de la creación de redes entre ciudades europeas y africanas, Grigri Pixel propone crear una red transnacional e intercontinental que conecte saberes, experiencias y estrategias de makers e iniciativas comunitarias y artísticas africanas y europeas para la fabricación de objetos-amuletos capaces de hacer más habitables las ciudades.
Paralelo a la organización de talleres constructivos, Grigri Pixel pone en marcha un proceso de investigación que tiene por objetivo enunciar preguntas comunes a las distintas experiencias participantes con el fin de visibilizar sinergias, puntos de encuentro y diferencias acerca de las prácticas y procesos de cuidado y mantenimiento de los espacios urbanos en África y Europa. Si existen, ¿cómo son los espacios públicos comunes que facilitan el encuentro en nuestras ciudades? ¿Cuáles son las amenazas y debilidades que les ponen en riesgo? ¿Qué condiciones debería tener un grigri que cuidara y protegiera la co-habitación de nuestras urbes? ó ¿Cuáles son los saberes, prácticas, herramientas, narrativas, miradas e imaginarios que podrían redefinir y transformar nuestras ciudades en espacios más cuidadosos, inclusivos y habitables?…, son algunas de las preguntas que se propone explorar el proyecto.
Para responder a estas cuestiones entrevistamos a representantes de las dos experiencias locales -EVA (Espacio Vecinal Arganzuela) en Madrid, y la Taula del Eix Pere IV, en Barcelona- y a los makers invitados procedentes de Dakar (Senegal), Lagos (Nigeria), Lomé (Togo) y Kribi (Camerún). En este sentido, lo que presentamos a continuación no son los resultados de una investigación cualitativa que busque la representatividad de toda la población de estas ciudades, sino una aproximación exploratoria, a través de la experiencia de siete personas que, por su posición y experiencia particular de participación ciudadana y comunitaria en el ámbito del arte, la cultura o la tecnología, pueden aportar claves y puntos de vista relevantes y significativos que nos estimulen a pensar juntas acerca de las transformaciones de la ciudad y las posibles formas de cuidarla, y cuidarnos en ella.
Espacios públicos para el encuentro
Los espacios públicos de encuentro son pocos y están desapareciendo. Esta percepción tan tajante es común a todas las participantes. A pesar de que en lugares como Dakar y Lomé, la calle o los espacios sin construir alrededor de las vías ferroviarias, respectivamente, siguen siendo lugares de encuentro para tomar el té (especialmente en el caso de personas en paro), para la venta ambulante o para la reunión entre conocidos, en todas las ciudades africanas analizadas –Lagos, Kribi, Dakar y Lomé- acusan la falta de espacios de descanso, encuentro o entretenimiento, especialmente para la población infantil. Esto también ocurre en Barcelona, donde la densidad de la ciudad hace escasos los lugares de esparcimiento. “Faltan espacios de vida”, decía Mané respecto a Dakar. Madrid tampoco escapa a esta carencia de espacios desde donde generar vida en común. EVA, Espacio Vecinal de Arganzuela, surge precisamente tras un momento de debilitamiento del movimiento vecinal y de falta de espacios para la realización de actividades en centros públicos, pero también ante las dificultades que acarrea la hiper-normativización de la calle.
La falta de parques y zonas verdes se comparte especialmente en las ciudades africanas. “Hace unos años, el gobierno anterior vino con la idea de plantar árboles y crear parques, pero la mayoría se hicieron bajo los puentes. (…) No tienen acceso. Son bonitos, pero no puedes acceder a ellos. (…) Son inútiles.”, se lamenta Aderemi respecto a Lagos. En otros casos, los escasos parques y zonas de descanso que existen se encuentran en el centro de la ciudad o en los barrios ricos, mientras que las periferias crecen rápidamente sin este tipo de espacios de respiro. En Dakar y Lomé, por ejemplo, mientras en el centro se pueden encontrar bancos, zonas de recreo, árboles y algún parque y rincones verdes, en los barrios periféricos prolifera la suciedad, la falta de infraestructuras (como la red eléctrica, en según qué barrios de Dakar), la carencia de lugares públicos para el encuentro y también la violencia. La división centro-periferia atraviesa la vida social y urbana de estas ciudades africanas. En el caso de Lomé, espacios libres de acceso, como los jardines del campus universitario, acaban siendo ocupados por la gente como lugar de reunión. Como consecuencia, las casas privadas de amigos, las iglesias (en el caso de las comunidades religiosas en Lomé), los mercados, la playa (en el verano de Dakar) o los lugares de venta de “chook” (bebida local de Togo similar a la cerveza), acaban siendo los lugares de encuentro más comunes.
Los motivos que han llevado a esta situación de deterioro y desaparición de los espacios públicos de encuentro son, fundamentalmente, tres: en primer lugar, el éxodo rural hacia las capitales africanas y el crecimiento de su población, donde en ciudades como Dakar y Lomé ha llevado a la proliferación de viviendas en zonas periféricas sin una adecuada planificación de infraestructuras básicas para el cuidado y descanso de la población. En segundo lugar, la especulación financiera, a través de la construcción y mercantilización del espacio público. En todas las ciudades que exploramos, el tipo de ocio que se describe y el tipo de espacios que se frecuentan para facilitar el encuentro entre personas están mediados por el consumo, ya sea en bares, mercados, tiendas, pubs, cantinas o discotecas. Y en tercer lugar, pero conectado con el segundo motivo, aparece el papel de la administración y el modelo de gobernanza que se pone en juego, muchas veces alejado de la población y sus necesidades, y en complicidad y connivencia con los intereses económicos de ciertos grupos.
Sin embargo, la ciudadanía también se está movilizando por la
recuperación y defensa de estos espacios. A pesar de las dificultades,
la población sigue ocupando informalmente la calle como lugar de
encuentro, aparecen manifestaciones en defensa de los bienes urbanos
comunes y todas las participantes relatan y están implicadas, de
diferentes modos, en la creación de proyectos que reactiven los vínculos
en torno a un territorio común. Como explica Ángel para el caso de
Arganzuela (Madrid), “EVA empezó a ocupar la calle en muchos lugares
diferentes del barrio y alrededor del mercado sin necesidad de reglas,
de pedir permisos ni de seguir la lógica absurda que imperaba entonces.
De alguna manera, es la recuperación del espacio público como un espacio
de todos que no necesita ser mediado por una administración que muchas
veces es incapaz de gestionarlo o intenta controlarlo”.
Amenazas al espacio común
Las principales amenazas percibidas hacia los espacios públicos comunes y de encuentro remiten, fundamentalmente, a tres cuestiones estrechamente relacionadas entre sí. Estos tres peligros cofuncionan como una caja de resonancia donde cada uno de ellos reverbera en los demás, facilitando la activación y mantenimiento del conjunto. A pesar de ello, no todos presentan igual fuerza, pues mientras ciertos peligros tienen un carácter más local y particular, otros responden a lógicas globales y modelos socio-económicos y de gobernanza compartidos entre los diferentes territorios.
Como ya apuntábamos, una de las principales amenazas que acusan ciudades africanas como Dakar y Lomé es su crecimiento y urbanización acelerada. El crecimiento demográfico, unido al éxodo migratorio del campo a la ciudad, atraídos por las oportunidades que ofrecen las capitales, están empujando a la rápida construcción de viviendas en zonas periféricas. Esta rapidez va de la mano, en ocasiones, de una falta de planificación urbanística que tiene por efecto fallos, o incluso ausencias, en las infraestructuras básicas para la habitabilidad. Modou se quejaba de cómo muchos barrios de las periferias de Dakar, a diferencia de zonas céntricas y ricas, carecen del suficiente alumbrado público, de una red funcional de infraestructuras de higiene o de un adecuado sistema de gestión de las basuras. Esta misma amenaza del desarrollismo urbano no planificado está haciendo que muchos espacios sagrados de Lomé, anteriormente protegidos, estén siendo destruidos y deslocalizados, acabando así con su significación religiosa y espiritual, con el poder simbólico que antes ejercían. “Tenemos un ejemplo en el centro de la ciudad de un lugar llamado el bosque sagrado. (…) Ahora que la ciudad se está desarrollando, el bosque está muy amenazado y hay una parte que ha sido vendida. Los autóctonos son muy animistas y hay grigris e ídolos que llamamos vudú. Los grigri son pequeñas cosas pero los vudú son habitualmente grigris grandes. (…) Se instalan habitualmente en la calle, al borde la carretera, en la entrada de la ciudad, pero ahora, como está el fenómeno de construcción de las carreteras, hay muchos ídolos que están siendo destruidos o deslocalizados. (…) También hay árboles milenarios que han sido destruidos y lugares donde la gente solía encontrarse, o espacios públicos abiertos, han sido ocupados por las carreteras”, explica Afate.
Esta urbanización acelerada no sería posible sin el segundo factor: la especulación financiera sobre el suelo y la construcción de viviendas, amparada por el capitalismo globalizado y la economía de mercado que pone en riesgo el derecho a la ciudad. Los efectos negativos de esta amenaza aparecen en cada una de las ciudades: en Dakar, Mané denuncia cómo la zona del malecón y el puerto ha sido ocupada en los últimos años por hoteles, bancos y negocios dirigidos al turismo. En el caso de muchas casas amplias construidas con anterioridad a esta expansión inmobiliaria -las cuales tendían a seguir parámetros constructivos occidentales, con únicamente dos habitaciones amplias, obviando así los modelos familiares africanos donde conviven diferentes generaciones y núcleos familiares-, algunos de sus dueños especulan reformándolas y convirtiéndolas en varios pequeños apartamentos. Resultado de la especulación del suelo, también están proliferando en Dakar mezquitas financiadas con dinero de Qatar y Arabia Saudí, interesados en la expansión del islamismo radical de corriente wahabista, seguido especialmente por la población migrada guineana. En Kribi y Douda, Camerún, las empresas chinas copan el mercado floreciente de la construcción de viviendas y comercios, ocupando los espacios vacíos alrededor del río y el puerto. En Barcelona, la especulación inmobiliaria en torno al alquiler y venta de viviendas, animada por los beneficios económicos del turismo y la inversión extranjera, está expulsando a la población local de sus barrios, como Poblenou. Y en el caso de Madrid y el distrito de Arganzuela, ya se aprecia cómo la construcción de centros comerciales y torres de viviendas de lujo, en consonancia con cierto tipo de público consumidor, está sustituyendo al tejido vecinal actual al elevar los costes de la vida.
Esta mercantilización del territorio empuja a la fragmentación del tejido social y al aislamiento y concibe a sus habitantes como clientes y consumidores, poniendo en riesgo el derecho a la ciudad. Así, y como tercera amenaza, mientras la población pierde capacidad como agente político en la toma de decisiones y organización colectiva de la ciudad, la administración y el Estado también pierden peso como defensores y garantes de esos derechos ciudadanos y de los procesos de construcción colectiva de ciudad. En este escenario, los modelos de gobernanza que aparecen son dos: por un lado, la ausencia del Estado o un modelo de gobierno laissez-faire que, como en Lagos, facilita la aparición de mafias que controlan el espacio público y actúan fraudulentamente, en complicidad con políticos y funcionarios. Como explica Aderemi: “Si quieres hacer algo en el espacio público, tienes que negociar más con ellos que hablar con el gobierno. También aparece en la ley que tienes que hablar con el gobierno para pedir permiso, pero luego olvídate del gobierno. Se trata de mafia. Algunos de estos tipos son peligrosos. No son propietarios, sólo reclaman espacios”. En el otro extremo, identificamos una sobre-intervención de la administración tecnócrata que conduce a la burocratización e hiper-normativización del espacio público, bloqueando y dificultando así la emergencia de iniciativas ciudadanas con cierto grado de autonomía. Esto ocurre, especialmente, en Barcelona y Madrid, donde Ángel apunta jocosamente: “Era más difícil poner una mesa en la calle para pedir firmas que montar un misil nuclear”. Esta tendencia también se refleja en el sobre-diseño de algunos parques y plazas de Barcelona. Lo cual dificulta su apropiación por parte de las usuarias. En Dakar, Mané también explica cómo el gobierno prevé construir un parque de atracciones en la plaza del Obelisco, precisamente, donde habitualmente se concentran las manifestaciones y protestas ciudadanas. Lo relevante es que, a pesar de las diferencias, ninguno de los modelos de gobernanza escapa de la complicidad opaca entre Estado y mercado y de la connivencia de la administración con determinados grupos, cuya acumulación de poder e intereses económicos particulares dependen de la mercantilización y privatización del espacio común.
¿Cómo cuidar(nos) y proteger(nos)?
Ante estas amenazas, la primera respuesta que aparece es la movilización social y la acción directa para la recuperación y protección colectiva de los espacios públicos comunes. Inevitablemente, desde el conflicto. “Al final es una lucha que se hace directamente sobre el terreno, llegando allí, apropiándose del espacio y exigiendo sus derechos”, dice Arais desde Barcelona. Se trata de ejercer la co-responsabilidad por la creación y el cuidado de lo común y no esperar, necesariamente, a que la administración conceda permisos o solucione todo. Lo cual empodera a la ciudadanía que, en el caso de Madrid, ya venía experimentando estas formas de acción colectiva y autónoma desde hace años, a través de los movimientos vecinales, la experiencia del 15M o los distintos movimientos sociales. Como explica Ángel sobre EVA, se trata de que proliferen “sitios donde pasan cosas. Y este es un sitio donde pasan cosas, donde la gente se une para hacer cosas juntos, sin que haya dinero de por medio ni intereses particulares, sino simplemente esa idea de que hacer juntos hace bien a uno mismo y a la comunidad”.
También en las ciudades africanas se apuesta por la movilización colectiva y la acción directa. “Tenemos que ser un poco desobedientes”, propone Aderemi para Lagos. Mientras, Mane relata cómo en Dakar ya se produjeron protestas y manifestaciones en contra de la construcción de una embajada en un área próxima al mar. Tanto ella como Aderemi promueven la ocupación de la calle para llevar a cabo actividades y acercar la cultura a la gente, por ejemplo, a través del teatro y las artes escénicas. “No siempre tiene que ocurrir todo en un teatro. El teatro que ocurre sobre el escenario es muy Occidental”. Lo cual ratifica Mané cuando apunta: “nuestra concepción del espectáculo en vivo ocurre en el espacio público, porque los africanos tienen la costumbre de usar la calle para hacer fiesta. Si tú les pides venir a un teatro, no hay nada a hacer. Somos nosotros quienes tenemos que llevar el teatro a la calle para que la gente venga”.
En segundo lugar, para lograr la co-responsabilidad e implicación de la ciudadanía en la protección y cuidado de los espacios comunes, otros sugerían la promoción de actividades culturales en el territorio y la sensibilización a través de la educación. De alguna manera, necesitamos reconocer y aprender a valorar el papel que juegan estos “comunes urbanos” en el sostenimiento de la vida. Para ello, como apunta Ángel, necesitamos crear nuevas nociones de valor y revisar la idea de “rentabilidad” que se aplica al espacio urbano. Se trataría de resignificarla y ampliarla hacia criterios más justos: una rentabilidad no sólo económica, sino también social o ambiental; una rentabilidad más duradera, con perspectiva, y no tan inmediata; y una rentabilidad redistribuida, más inclusiva y beneficiosa para toda la ciudad, no limitada al ámbito privado o a favor de los intereses de unos pocos. “Es importante hacer consciente a la gente de que tenemos objetos comunes que son los espacios públicos”, apunta Ismael.
Para una rentabilidad más que económica y para todas, desde varias ciudades africanas se propone la creación de más espacios verdes y abiertos, dirigidos al encuentro de la ciudadanía y, especialmente, dedicados a la población infantil. En Dakar y Lomé, Modou y Afate reclaman más parques infantiles, más bancos y espacios de entretenimiento y descanso. El mismo Afate e Ismael, en Kribi, también hacen un llamamiento a la co-responsabilidad de gobierno y ciudadanía en el cuidado medioambiental y la protección de los espacios naturales. La idea de devolver un bien común a la comunidad y hacer así una ciudad para todas, se podría conseguir a través de espacios más accesibles e inclusivos. Lo cual pasaría por eliminar las barreras -no sólo materiales y arquitectónicas- entre sectores y colectivos distintos que se ven como ajenos entre sí, sino también por adoptar modelos de gestión y gobernanza más empáticos, flexibles, porosos y abiertos a las diferentes experiencias y visiones de ciudad. Para que entren en contacto entre sí y permeen mutuamente: “…y de repente entienden que pueden compartir juntos y que hay lugares donde pueden construir juntos. Es ese sentido del espacio público, un espacio donde es posible converger”, explica Ángel sobre EVA.
En tercer lugar, esta idea de comunes urbanos accesibles e inclusivos también pasa por ampliar las maneras de construir ciudad. En este sentido, pensamos en cómo desde laboratorios y experiencias como Grigri Pixel se pueden desarrollar objetos urbanos capaces de incorporar sensibilidades diversas y experiencias de uso del espacio público no normativizadas que permitan ampliar y desestandarizar el imaginario urbano disponible. Se trataría de una forma de crear cultura de espacio público en la que se entienda que éste puede ser evaluado, mejorado y adaptado para incorporar las necesidades de sus usuarias, unas prácticas de diseño flexibles en el sentido de que estén abiertas a colaborar con aquellos grupos que habitualmente no son tenidos en cuenta, aprendiendo a hacer ciudad con ellos. Así, por ejemplo, “es interesante observar cómo juega un niño en el espacio público, porque te da pistas de las cosas que fallan o de las que están más o menos correctas. Porque ellos lo usan con mucha más intuición, cosa que nosotros [los adultos], a veces, hemos medio perdido”, comenta Arais. A pesar de las dificultades y cortapisas que imponen las normativas sobre las modalidades de diseño más participativo, apuesta por un urbanismo fácilmente reapropiable que trabaje con muy pocos elementos y muy poco ruidosos, “sin más”.
Grigris en la ciudad
Llevar a cabo todas estas propuestas para el cuidado y protección de los comunes urbanos –la acción directa y recuperación del espacio, la revalorización del común y la ampliación y resignificación de la noción de rentabilidad, y la apuesta por un urbanismo menos intervencionista e hiper diseñado- requiere co-responsabilidad y valentía, tanto por parte de la ciudadanía como de la administración: que el miedo ante las amenazas no supere al deseo o la intención política de llevar a cabo cambios en estas direcciones. Es por este motivo que el proyecto Grigri Pixel anima a la creación de toda una red de grigris o amuletos en forma de mobiliario urbano que, a través de la magia de su construcción colaborativa y de los relatos de ciudad que se comparten durante su elaboración, sean capaces de cuidar, reactivar y proteger los espacios comunes. Para conseguirlo, se sirve de la convocatoria de otros proyectos que, de alguna manera, ya están funcionado como grigris en sus respectivos territorios y que, al entrar en contacto con otros, aumentan sus capacidades y poderes.
Así, y a modo de recopilatorio final, el grigri particular que Aderemi crea para Lagos es el ICAF (Iwaya Community Art Festival), un festival de arte contemporáneo que ocurre en la calle y que acerca la cultura a la población a través de temas como la memoria. En el caso de EVA (Espacio Vecinal Arganzuela), en Madrid, su potencia reside en interpelar a la administración y demostrar que es posible hacer ciudad de manera diferente, sin pasar obligatoriamente por la ocupación para defender el derecho legítimo a habitar espacios donde encontrarse y “que pasen cosas”. Madiba Nature, en Kribi, tiene el poder de sensibilizar a las comunidades en la protección del medio ambiente a través del saneamiento de zonas contaminadas para luego reutilizar los residuos plásticos en la construcción de barcas y mobiliario. Modou, desde Dakar, invoca a las placas solares que enseña a construir e instalar en distintos elementos de mobiliario urbano para así atraer la energía solar hacia aquellos espacios que la necesitan. También en Dakar, Mané pone en marcha en Côté Jardin prácticas colaborativas y en abierto que vinculan la comida, el arte y la tradición para invitarnos a reflexionar sobre formas de consumo locales más sostenibles. Afate, en Lomé, ha puesto en marcha Woora Make, un espacio de aprendizaje donde, a través del trabajo en equipo y el reciclaje y reutilización de residuos, es capaz de proteger el medio ambiente mientras crea (y enseñar a crear) herramientas de fabricación digital orientadas a la impresión 3D. Y en Barcelona, Arais, a través de la Taula del Eix Pere IV, comparte el poder de la experiencia vecinal como fuente de conocimiento para la defensa de los derechos del barrio del Poblenou y sus habitantes.