La ciudad fuera de sí
La ciudad fuera de sí
Este artículo ha sido escrito por Ticio Escobar
Apareció originalmente en ccesv/lab, y forma parte
del ciclo ¿Qué implica experimentar la ciudad? realizado de manera virtual
entre los meses de octubre y noviembre de 2020
en colaboración con la red de centros culturales de España de la AECID
Acerca de algunas cifras que podrían aportar ciertas culturas indígenas en tiempos de pandemia
Apremiado por la pandemia y sus tantos males, nuestro tiempo exige obsesivamente nombrar el futuro, quizá como una forma de conjurar la adversidad del presente y apurar un porvenir favorable. Se acerca el fin de año y con él el ritual de cruzar un dintel simbólico abierto, supuestamente, a un tiempo mejor que el recién dejado. Nunca fue posible adivinar el siguiente momento, y lo será menos aún en una situación en gran parte desconocida. Pero siempre fue posible aventurar expectativas, imaginar situaciones capaces no solo de anunciar mañanas claros, sino de proyectar políticas públicas mejores.
Imaginar es, obviamente, crear imágenes. Las imágenes son entidades equívocas: registran lo que aparece tanto como lo que se oculta; las imágenes muestran y esconden, afirman y en parte niegan lo que afirman, oscilan entre lo posible y lo imposible. Esta ambigüedad genera desconcierto, pero también maneras intensas de percibir y de pensar lo que existe y suponer o planear lo que podría cambiar. La performatividad o eficacia de las imágenes –es decir, lo relativo a los posibles efectos que ellas podrían tener sobre el mundo real– obsesiona al arte contemporáneo, empeñado en forzar los límites de la representación y actuar sobre las cosas mismas. Este salto, imposible en términos lógicos, ocurre en las culturas indígenas: el arte y el rito, la magia, permiten que el signo coincida en un instante con el objeto o el hecho representado y actúe sobre él.
El arte contemporáneo sabe que no puede anular “la mínima distancia”, pero intenta encontrar formas que den expresión a las pulsiones creativas, en sí transformadoras. Pero no solo el arte se vale de imágenes para inventar/anunciar mundos paralelos o virtuales que sirvan de orientación; también la política, en el sentido amplio de lo público, precisa imaginar lo que está más allá de lo posible para activar mecanismos micropolíticos que renueven el deseo de vivir en conjunto y de inventar colectividad superando el desaliento.
Entretiempos
La imaginación también permite transitar temporalidades alternativas al modelo evolutivo impuesto por la modernidad. Es cierto que, en el seno mismo de dicha modernidad, grandes pensadores occidentales comenzaron a cuestionar el esquema lineal basado en el ideal de progreso, lastrado por categorías binarias, orientado por direcciones heteropatriarcales y comprometido con ideologías coloniales, renovadas siempre. Pero la atención que hoy despiertan las culturas diferentes a aquel modelo posibilita detectar otros regímenes de temporalidad desobedientes al rumbo único marcado por los tiempos modernos. Los pueblos indígenas no ordenan el acontecer secuencialmente partiendo de lo ya acontecido, sino que asumen dimensiones plurales que obedecen a niveles distintos de intuición, percepción y sensibilidad, así como a alcances diversos de la memoria y el deseo. Hay pasados que aún no ocurrieron, así como presentes que solo transcurren en niveles paralelos, y hay futuros que fueron ya o jamás llegarán a ser. Por citar un caso: en el guaraní, idioma oficial en el Paraguay, mi país, a la par que el castellano, existen catorce tiempos verbales, lo que facilita un sinnúmero de modulaciones temporales.
Esa complejidad se presta bien a responder a la obsesiva pregunta por el futuro pos Covid-19, que empezó quizá muchísimo antes de que tuviéramos conciencia del mal y que seguirá, en modos diferentes (no necesariamente patológicos) después de las vacunas y los controles sanitarios; seguirá como marca de vulnerabilidad, de trauma o de miedo; como conciencia de que las cosas no pueden o no deben ser iguales, como resultado de mirar diferente el mundo y a sus habitantes. En el plano del acontecimiento, que es aquel que no puede ser clausurado siguiendo el curso de una evolución cronológica, el presente-pasado sobrepasa la línea del porvenir, se interna en lo que será o podría ser y lo trae a su propio tiempo. El arte opera con estos registros de temporalidades trastornados. Time is out of joint, dice Hamlet mucho más allá de la metáfora para señalar esos intensísimos puntos de desguace que escapan del carril empíricamente constatable.
El otro contrato social
Las diferentes maneras de concebir el tiempo suponen, a su vez, otros modos de imaginar lo público y organizar la convivencia. En ciertas sociedades indígenas, los lazos sociales se traman continuamente a través de prácticas solidarias, ritos colectivos, contraprestaciones, litigios y mediaciones simbólicas que exigen instancias de participación y posiciones simétricas. La sustentabilidad de cualquier sistema requiere arraigo y reacomodo constante de las cartografías de lo común. No se trata de proponer este sistema como ejemplo a ser seguido, sino de mirar a los costados para imaginar formas capaces de sustituir aquellas que hoy demuestran su ineficacia para administrar equidad, controlar la violencia y defender la biodiversidad.
La pandemia no ha hecho más que poner al rojo vivo situaciones que ya venían resultando insostenibles en términos de injusticia social, de intolerancia y de destrucción de los recursos ambientales. El angurriento régimen depredador no caerá por una pandemia, más bien tenderá a reforzar sus mecanismos de funcionamiento y reproducción. Pero los enormes cráteres que ha abierto la pandemia han revelado sin tapujos lo que ya se sabía: que tal como está el sistema mundial no da más. El planeta no da más. Y surge entonces el imperativo ético de reformular los tipos vigentes de estatalidad, el funcionamiento de la esfera pública, el descontrol de la economía extractivista y el avance de la pura lógica rentable y acumulativa del capital financiero, así como, en consecuencia, asumir la situación de millones de excluidos que ni siquiera tienen acceso a los protocolos básicos sanitarios exigidos por los Estados en situación de pandemia. Esta situación nos enfrenta a la responsabilidad de, una vez más, imaginar otros escenarios. La imaginación es siempre un primer paso hacia lo que por momentos parece imposible.
La ciudad
La pandemia ha echado en cara, brutalmente, la existencia de ciudades vueltas sobre sí, concebidas para rechazar al forastero. Paradójicamente, en el caso de los indígenas, éstos han sido expulsados de sus territorios originales por la expansión avasallante del capitalismo extractivista comandado desde las mismas ciudades. Se encuentran, pues, forzados a refugiarse en urbes hostiles, cerradas para quienes no producen en beneficio del capital.
Esas ciudades han perdido su dimensión pública, renunciado a su destino de polis. Trazada sin criterio inclusivo, la pulcra planificación urbanística no prevé lugar para los desplazados y desarraigados; es más, excluye programáticamente a quienes no logran insertarse en el engranaje de cadenas generadoras de renta.
También en este plano es preciso posicionar el pacto social urbano sobre otras bases. Se afirma la responsabilidad ética de imaginar ciudades no concebidas tras puros criterios de especulación financiera. Se vuelve imperativo pensar ciudades no trazadas como escenarios de representación del privilegio social, sino como sitios abiertos a todos los cruces; como conjuntos porosos, entreabiertos a los flujos provenientes de extramuros, como sede de ágora y participación. Para ello, deben ser proyectadas políticas públicas que hagan de la ciudad principio de un co-habitar construible mediante procesos diversos, en general conflictivos, pero capaces de avalar el empleo pluralista del espacio común.
Muchas comunidades indígenas organizan la convivencia en sentidos parecidos a los recién enunciados. Habilitan modelos propios que les permiten administrar, no sin tensiones, la complicada arquitectura de la convivencia humana. El hecho de que esos sectores sean omitidos de la escena pública, cuando no perseguidos hasta el exterminio, levanta una señal inquietante que debería conducir no solo a reflexionar acerca del fracaso del orden mundial hegemónico, sino a buscar aun mínimas alternativas, gestos disidentes que podrían resonar en muchos otros actuales o quedar latentes como promesa o potencial transformador.